19 diciembre 2019

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La Unión Europea lidera la lucha contra el cambio climático en un mes marcado por la XXV Conferencia de Naciones Unidas

Autora: Sara García García, Doctoranda en Derecho de la Universidad de Valladolid

Tan solo días antes de que diese comienzo la XXV Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático y ante unas nuevas instituciones comunitarias, renovadas tras las elecciones del pasado mes de mayo, el Parlamento Europeo declara la emergencia climática y medioambiental.

Se trata de una declaración política, de intenciones, que sirve para mostrar la actitud que pretende tomar Europa ante el problema ambiental; representa un compromiso que se realiza desde la Unión Europea al margen de los decididos en el marco de las Naciones Unidas y que suma a los que allí se concreten.

A través de esta declaración, el Parlamento Europeo se compromete a trabajar por adoptar de forma urgente las medidas concretas que sean necesarias para luchar y contener la amenaza del cambio climático antes, dice, de que sea demasiado tarde.

El Parlamento reconoce su parte de culpa y se compromete a reducir su huella de carbono; propone adoptar sus propias medidas para reducir las emisiones, incluida la sustitución de los vehículos de su flota por vehículos de cero emisiones, y pide a todos los Estados miembros que acuerden un asiento único para el Parlamento Europeo.

Dicho esto, hace una petición para que la nueva Comisión Europea, los Estados miembros y todos los actores mundiales tomen ejemplo y hagan lo propio.

Ahora bien, en su texto, el Parlamento Europeo da dos órdenes específicas de actuación a la nueva Comisión, más allá de las medidas que ella autónomamente se anime a adoptar:

Primero, pide a la nueva Comisión realizar en el futuro una evaluación minuciosa del impacto climático y medioambiental de todas las propuestas legislativas y presupuestarias pertinentes, y garantizar que todas estén totalmente alineadas con el objetivo de limitar el calentamiento global a menos de 1,5 ° C, y que no contribuyendo a la pérdida de biodiversidad.

Pero también, insta a la nueva Comisión a que aborde las incoherencias de las políticas actuales de la Unión sobre la emergencia climática y medioambiental, en particular mediante una reforma de gran alcance de sus políticas de inversión en agricultura, comercio, transporte, energía e infraestructura.

La respuesta de la Comisión ha sido casi inmediata: el día 11 de diciembre ha publicado el documento en el que se recoge el Pacto Verde Europeo (The European Green Deal, COM (2019) 640 final), en el que se marca la estrategia de crecimiento ambientalmente sostenible que se ha propuesto Europa, planteándose cinco objetivos concretos: una Unión Europea climáticamente neutra en 2050, una Europa descarbonizada, una planta de infraestructuras y edificios renovada y energéticamente sostenible, una industria innovadora que lidere la economía verde y una Europa con los sistemas de movilidad más limpios, más baratos y más sanos.

Todo ello, como decimos, en mitad de la celebración, finalmente en Madrid, de la XXV Conferencia de la ONU sobre el Cambio Climático. Una Conferencia de las partes que, frente a una Europa decidida a trabajar por alcanzar un equilibrio entre ser humano y naturaleza, no ha generado los resultados esperados.

La Conferencia celebrada a las puertas del 2020, año clave para el inicio definitivo de la descarbonización y el camino a la neutralidad climática marcado para 2050 como objetivo prioritario del Acuerdo de París, ha terminado con casi dos días de retraso y con acuerdos de débil contenido.

El Acuerdo de París era precisamente el protagonista de esta cumbre; un acuerdo que entra en vigor en 2021 sustituyendo a Kioto y que necesitaba acuerdos para desarrollar su reglamentación en aspectos tan importantes como mercados mundiales de emisiones o los mecanismos de desarrollo sostenible, sustitutos de los mecanismos de desarrollo limpio.

El resultado de la cumbre se expone esencialmente en el texto que se ha denominado «Chile-Madrid Tiempo de Actuar», un texto donde se habla de ambición para animar a todos los Estados involucrados a actuar y evitar un aumento de la temperatura del planeta superior a 1,5 grados centígrados, pero en el que no se han logrado acuerdos sobre medidas concretas.

Lo más relevante a destacar podría ser el mecanismo de pérdidas y daños, que consigue aumentar el pequeño compromiso de los países desarrollados con los daños generados al medio ambiente en los lugares más vulnerables, ya sea por sus condiciones como por su desarrollo económico; de esta forma, «los países han acordado dar directrices al Fondo Verde para que amplíe su ámbito de financiación, y que, además de dirigirse a mitigación y adaptación, por primera vez destine recursos para las pérdidas y daños que sufren los países más vulnerables y afectados por los impactos de los fenómenos climáticos extremos. Además, nace la Red de Santiago que permitirá catalizar asistencia técnica de organizaciones y expertos a estos países vulnerables, mejorando así su capacidad de respuesta a los efectos del calentamiento».

En definitiva, la Unión Europea lidera así, una vez más, una lucha contra el cambio climático que se ha demostrado necesaria y especialmente exigida por la sociedad a lo largo del desarrollo de esta COP 25. Habrá que esperar para ver el contenido íntegro de estas medidas y los resultados de su aplicación y confiar en que la próxima cumbre, que se celebrará en Glasgow en 2020, sea más eficaz y, como se ha pedido desde la chilena, más ambiciosa.

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